El que sabe, sabe


En una tlapalería, una ferretería o una tienda de materiales el lenguaje de casi todos los clientes es más bien con señas detalladas, lenguaje corporal, lápices invisibles que escriben y dedos que dibujan en el aire.

Llegué a una tienda de estas a comprar una extensión para un tubo de lavamanos, antes de mi estaba otro cliente haciendo ademanes con un brazo en alto, la mirada fija en el techo y con la otra mano explicando el espesor de lo que pedía. Al mismo tiempo platicaba del trabajo que estaba haciendo y el encargado sin decir nada, fue a la trastienda y trajo unas pinzas y unas rondanas gruesas.

Mi turno, igual, ademanes con las manos, señales de tamaños y explicando porqué necesitaba ese tubo e igual que el otro cliente, le platiqué lo que sucedía con mi inconcluso trabajo de fontanería, el segundo en dos semanas que hacía en casa. Al hombre no le importaba si yo había hecho un buen trabajo con el primero, y de todas formas se lo conté. Igual, se fue a la trastienda y trajo un tubo blanco y me dijo que lo cortara al tamaño que necesitaba. Pagué y cuando iba saliendo, entró otro cliente. Hice como que veía la mercancía del estante solo porque quería escuchar cómo esta persona iba a escenificar su pedido:

Puso las manos sobre el mostrador: “Me da un monomando, una llave mezcladora, un sifón, dos contratuercas y una trampa corrugada”

Salí de la tienda y antes de cerrar la puerta dije en voz alta: El que sabe, sabe. Los demás dibujamos con los dedos en el aire, y con todo, el encargado siempre nos entiende.

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