Tan simple como,


Me gusta el pan duro y la rebanada de pizza fría al día siguiente. Me gusta el frio intenso y caminar bajo la lluvia, me gusta también que el sol caliente tanto que me pique la piel; me gusta quedarme dentro de un automóvil que ha estado al rayo del sol.

No me gustan las galletas chiclosas o el pastel relleno de frutas. Me gusta el café muy caliente. No me gusta la comida hirviendo, prefiero quemarme antes de esperar a que se enfríe. No me gustan las flores y menos, que me las regalen.

Me gustan las cartas escritas a mano, tengo muchas guardadas y las saco de vez en cuando para ver la letra y escuchar a la persona que las escribió.

Me gusta hablar con desconocidos. No me gustan las fiestas. Tengo ansiedad social y me gusta porque me da permiso de irme de repente y sin despedirme.

No me gusta caminar despacito, me gusta dar pasos largos. Mi padrino Agustín, me decía, “la niña de los pasotes” y mi papá que, “haces mucho aire cuando pasas”.

Cuando tengo hambre no hablo. En las conversaciones, opino siempre y casi nunca debo, siempre me arrepiento, (debería vivir con hambre todo el tiempo) Me gusta contar cosas y ordenar todo.

Se me duerme la mano derecha. Siempre camino derecha y me siento con las piernas cruzadas arriba de la silla. Todas las torceduras, golpes y dolores pasan en el lado derecho de mi cuerpo, las cicatrices están en el izquierdo.

Camino mirando hacia arriba, al cielo, por eso nunca encuentro dinero en el suelo.

Me gusta la sonrisa que tengo cuando abro los ojos de madrugada. No me gusta dormir tarde, tampoco hago la siesta. Soy de madrugada, me da mucho sueño a medio día. No me gusta desayunar. Nunca desayuno. Me asustan las peleas, no me sé defender y lloro.

Me rio mucho de las cosas que pasan en la calle y lloro cuando a un niño le duele la cabeza. Tengo letra bonita, a veces. Me gusta la ortografía.

Con ojos de adulto, ya conocí a la niña y a la adolescente que fui. Ya conocí a siete yos, tres se fueron, me quedo con cuatro para cuando necesite y el espacio de las tres para cuando tengan que llegar las demás. Me gusta estar ocupada. Me gusta pensar. Apilo las piezas de un rompecabezas.

Cuando estoy muy triste, cuando estoy agobiada no lo cuento y quienes me conocen, no me dan permiso o no me creen, por eso platico con desconocidos cuando la tristeza se hace muy profunda. Nunca he necesitado de un psicólogo por decisión propia, fue decisión de los adultos hace muchos años, el psicólogo desistió de mí. Mi yo psicóloga ha sido muy dura conmigo, a veces cruel, la entiendo, soy necia; con todo, juntas hemos creado una filósofa.

Me gusta confrontar los problemas e insisto hasta que tengo respuestas y soluciones.

Sé ofrecer disculpas y pido perdón una vez.

Me gustan los helados de nuez. No me gustan las paletas de hielo porque tienen palito de madera y me da escalofríos. No recojo las hojas del árbol en el patio, se parece a un bosque no transitado y me gusta sentarme a escucharlo. Me gustan las ruinas, les invento una historia.

Me gusta comer gansitos sentada en un escalón mirando la calle, no todos saben cómo se comen los gansitos.

Quizá nunca sea la viejita que sale a la calle en bata a platicar con la vecina. Me gusta andar descalza y me gustan las pijamas. No me maquillo, no voy a que me corten el cabello, lo corto yo misma.

Me gustan mucho las cosas abandonadas, los lugares perdidos, las carreteras llenas de maleza y las ruinas que guardan historias que ninguno puede contar. Me gusta sentir el paso del tiempo en las rejas oxidadas y las puertas que dejaron de abrirse o se quedaron abiertas cuando alguien salió huyendo. El polvo que se levanta en la vereda de terracería y las hojas secas que truenan bajo los pies descalzos. Me gusta la llave y la aldaba. Las fotografías en color sepia y el olor de la resina. Leo libros que no están escritos.

Me gusta el pan duro y la rebanada de pizza al día siguiente. Me gusta la vida y a veces me aburre vivir tanto.

Deja un comentario