Tu nombre, tus nombres…


“Quien se prepara para dar un gran salto, debe primero, retroceder”

Nietzsche.

         Lo que un apodo construye o destruye. Todo lo que hay alrededor de los sobrenombres con que los adultos bautizan a un niño, puede marcar para siempre el proceder inconsciente de la criatura como adolescente, dejar huella imborrable en el subconsciente de un joven y puede enaltecer o apagar una gran parte del adulto.

         Y esos pasos firmes hacia el pasado a través de los apodos y sobrenombres es la fase elegida para iniciar el retroceso a los enredos y los nudos en los que creció el ser humano que hoy escribe.

         Pluma en mano depositando tinta en las hojas de una libreta nueva. Como niño, tratando de armar el juguete que despedazó en una tarde de ocio. Cada pieza un nombre, muchos nombres, nombrecitos. Apodos de juego que lastimaban, de cariño que abrazaban, de burla que humillaban, de enojo que hacían llorar de rabia; nombres inventados para señalar un cariño especial, apodos genéricos para no equivocarse.

         Todos regados sobre la mesa y, encima de la libreta, cada sobrenombre quiere recordar su color, su olor, su forma, la compañía, su identidad. Los apodos olvidados, hacen llorar y el escribano aprieta la pluma conteniendo el dolor. Los recordados, aligeran la escritura y la pluma se desliza suavecito. Los odiados, detienen las letras y lanzan una mirada al vacío por donde se asoman los fantasmas que gritan y jalan los cabellos. Los cariñosos que devuelven la protección que se necesita para avanzar. Los apodos que son comunes se tornan significativos porque quien los dijo una vez, vuelve para murmuralo al oído que pasa por la emoción y sale triunfante por la pluma para plasmarse para siempre en la hoja blanca de la libreta nueva.  

         La obra en construcción de cada una progresa con cuidado, no la detengan

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