Sí escuchan

Salió rodando por debajo del refrigerador. Debió haber pasado ahí debajo mucho tiempo porque perdió su transparencia y no se distingue su color; con seguridad un movimiento telúrico fue el responsable de su salida. Tambaleándose aún, y con gesto extrañado sin saber en dónde estaba y sin manos, le era imposible tallarse los ojos para ver el mundito al que había salido y al no tener pies ni manos, todo ese tiempo dependió de un temblorcito mañanero para descubrirse.

Con la sorpresa de verse fuera se quedó inerte, no podía regresar al rincón, aunque hubiera querido y tampoco sabía si quería seguir afuera. Los tiempos aquellos en los que su transparencia brillaba con la luz del sol los había olvidado e hizo amistades con las pelusas que volaban de ida y vuelta y le contaban lo que habían visto en las travesías involuntarias. Para las pelusas de los rincones no hacen falta temblores, ellas vuelan con cualquier brisa o por culpa del vaivén de una escoba, algunas se marean en esos viajes y prefieren quedarse arrinconadas y es ahí donde se amigan con otras cosas.

No sé si sean realmente amigas las cosas de los rincones, o sí, (ya nos lo contó antes una muñeca fea) el pensamiento empolvado no le dejaba claro nada y seguía en parálisis esperando quién sabe qué lo único seguro era que las pelusas le tapaban los ojos.  De pronto, sintió que le tallaban los ojos, era el gigante de las afueras, ese del que las pelusas le habían hablado tanto, le pasó por encima unas gotas de agua y  y clic, clic, clicclicclicclicclicclic, se vio rodando de nuevo en dirección a la oscuridad del rincón atrás del refrigerador. No quería volver y le era imposible frenar su carrera porque, además de redonda, lo mojado le impedía detenerse. Rueda que rueda y el destino le marcaba la oscuridad inminente y las pelusas otra vez; en cada clic su angustia aumentaba y sintió que empezaban a rodar lágrimas encima de su redondo cuerpo. Seguía tratando de detenerse con tal desesperación que su color azul se tornaba negro. Clicclicclicliclcic ¡Deténgame gigantes! –gritó al tiempo que recordaba que las pelusas le habían contado que los gigantes no escuchan la voz de las cosas, insistió una vez más ¡Deténganme gigantes, lo he recordado todo! ¡soy tu agüita, la canica que ganaste en la última partida! Clic, cli…